Nuestros oídos ya se recrean
con catecismo tan ejemplar.
¡Por Jesucristo, que nos la lean
mañana mismo para almorzar!
A la Epístola de San Pablo se refiere esta canción, tomada de una preciosa zarzuela del género antiguo. ¡Y a fe que viene bien recordarla en los difíciles tiempos que corremos! Porque encierra en sí el suspiro de los impacientes de ambos sexos que desean contraer el santo sacramento del matrimonio y que ¡desdichados! cada vez ven más imposible la satisfacción de sus legítimas aspiraciones.
Antiguamente –contaban mis abuelos, que en paz descansen- la mujer que llegaba a los veinte años permaneciendo solterita, era considerada como una anciana para el casamiento. Y el varón que a los treinta no se había arrodillado con su media naranja al pie del altar, era un solterón empedernido... Pero eso sucedía antes.
¿Hoy? Hoy pasa todo lo contrario. Aquí no se casa nadie ni a tiros, como dicen en mi pueblo. Y es lo peor del caso, que no es por falta de ganas. ¡Cuán bien estaría la canción que encabeza esta charla, en boca de infinitos quincuagenarios y cuarentonas con que tropezamos por doquier!
Ahora bien: ningún solterón tiene la franqueza de manifestar esos anhelos recónditos, íntimos, de casarse. Si les escuchamos a ellos, todo son diatribas y pedruscos arrojados con catapulta contra los sagrados vínculos. ¿Casarse? –dicen ellos- La mujer es una carga pesadísima, esclavizante. ¿Contraer matrimonio? –exclaman ellas- ¡Que el diablo cargue con los hombres!
Y los pobres se creen que se convencen a sí propios.
Y a veces se advierte que en un rincón del casino conversan en voz baja varios viejos célibes, en una forma parecida a la siguiente:
- ¿Sabeis lo que le pasó al desventurado López?
- Alguna desgracia
- Y de las gordas.
- ¿Ha quebrado?
- Peor que eso.
- ¿Se ha roto algo?
- Mucho peor.
- ¿Se ha muerto?
- Peor todavía.
- ¿Está en presidio?
- ¡Más le valiera!
- ¿Pues qué?
- ¡¡Se casó!!
- ¡¡¡Infeliz!!! –prorrumpen todos con cara de espanto.
con catecismo tan ejemplar.
¡Por Jesucristo, que nos la lean
mañana mismo para almorzar!
A la Epístola de San Pablo se refiere esta canción, tomada de una preciosa zarzuela del género antiguo. ¡Y a fe que viene bien recordarla en los difíciles tiempos que corremos! Porque encierra en sí el suspiro de los impacientes de ambos sexos que desean contraer el santo sacramento del matrimonio y que ¡desdichados! cada vez ven más imposible la satisfacción de sus legítimas aspiraciones.
Antiguamente –contaban mis abuelos, que en paz descansen- la mujer que llegaba a los veinte años permaneciendo solterita, era considerada como una anciana para el casamiento. Y el varón que a los treinta no se había arrodillado con su media naranja al pie del altar, era un solterón empedernido... Pero eso sucedía antes.
¿Hoy? Hoy pasa todo lo contrario. Aquí no se casa nadie ni a tiros, como dicen en mi pueblo. Y es lo peor del caso, que no es por falta de ganas. ¡Cuán bien estaría la canción que encabeza esta charla, en boca de infinitos quincuagenarios y cuarentonas con que tropezamos por doquier!
Ahora bien: ningún solterón tiene la franqueza de manifestar esos anhelos recónditos, íntimos, de casarse. Si les escuchamos a ellos, todo son diatribas y pedruscos arrojados con catapulta contra los sagrados vínculos. ¿Casarse? –dicen ellos- La mujer es una carga pesadísima, esclavizante. ¿Contraer matrimonio? –exclaman ellas- ¡Que el diablo cargue con los hombres!
Y los pobres se creen que se convencen a sí propios.
Y a veces se advierte que en un rincón del casino conversan en voz baja varios viejos célibes, en una forma parecida a la siguiente:
- ¿Sabeis lo que le pasó al desventurado López?
- Alguna desgracia
- Y de las gordas.
- ¿Ha quebrado?
- Peor que eso.
- ¿Se ha roto algo?
- Mucho peor.
- ¿Se ha muerto?
- Peor todavía.
- ¿Está en presidio?
- ¡Más le valiera!
- ¿Pues qué?
- ¡¡Se casó!!
- ¡¡¡Infeliz!!! –prorrumpen todos con cara de espanto.
Así es que, entre las dificultades naturales del presente para llegar a la vicaría y las mortales consideraciones de los referidos caballeros, pasan semanas y meses y más sin que encontremos un recién casado ni por un ojo de la cara, hasta el extremo de que cuando oímos el estrépito de dos o tres tartanas llenas de gente alegre y seguidas de chiquillos que gritan: - ¡la novia, la novia!- nos asomamos al balcón, reventando de curiosidad, admiración y pasmo. Y es muy probable que no volvamos a ver otra boda si no gozamos de larga vida.
Si de la observación de los hechos pasara a la investigación de las causas ¡cuántas cuartillas de letra menuda y apretada pudiera emborronar! Peor no estoy par elucubraciones filosóficas. Sean las causas las que fueren, lo cierto e importante es que ya empiezan los hombres públicos a preocuparse de tan alarmante cuestión como es esta de la escasez de matrimonios y propones algunos de ellos medidas salvadoras que quizás hagan que dentro de poco tenga cada cual su consorte correspondiente.
No hace mucho tiempo, ya propuso un diputado barcelonés que, para remediar tamaño mal, se aumentara la contribución a los solteros. En los Estados Unidos existe algo parecido, pero que difiere un poco de lo que se aquí se intenta establecer. Los yanquees no es que aumentan la contribución a los solteros, sino que la disminuyen a los casados, lo cual cambia de aspecto y, según mi modesto parecer, resulta más moral. Porque si lo que el diputado catalán desea, llega a ser ley, será una ley draconiana si se aplica de un modo categórico y sin excepciones. No es lo mismo el célibe voluntario que el forzado solterón que, o porque no sabe o es feo o no viste bien, no puede enamorar. ¿Ha de pagar este lo que no debe? ¡No y mil veces no! Yo creo que la anterior proposición del ya tres veces citado catalán, se debiera completar con esta otra, nacida de mi fecundo magín:
"Art. 1º.- En todos los Ayuntamientos se creará una comisión compuesta de varios concejales y varios vecinos serios, cuyo objeto será facilitar los casamientos de los solteros y solteras involuntarios que pasen de los cuarenta y treinta años, respectivamente.
Art. 2º.- Al efecto llevará una lista con las condiciones, medios de fortuna, etc., de dichos solteros y solteras.
Art. 3º y último.- La supradicha comisión proporcionará a los interesados que lo solicitaren, el cónyuge que por clasificación les corresponda, sin derecho a reclamación alguna, una vez hecha la designación."
¡Qué hermoso sería esto, lector del alma!¡Cuánto bien podría causar a la humanidad! Y sobre todo ¡qué satisfacción para mí y para ti y para otros, que al fin veríamos llegar el deseado día de cantar por experiencia la primera parte de la canción que encabeza estas líneas!:
¡Oh, qué epístola tan bella!
¡Oh, que flor de Jericó!
Le inspiraba buena estrella
cuando el santo la escribió.
ROBERTO 2 de agosto de 1913 Revista de Gandia.