domingo, 4 de febrero de 2007

CHARLA

Nuestros oídos ya se recrean
con catecismo tan ejemplar.
¡Por Jesucristo, que nos la lean
mañana mismo para almorzar!

A la Epístola de San Pablo se refiere esta canción, tomada de una preciosa zarzuela del género antiguo. ¡Y a fe que viene bien recordarla en los difíciles tiempos que corremos! Porque encierra en sí el suspiro de los impacientes de ambos sexos que desean contraer el santo sacramento del matrimonio y que ¡desdichados! cada vez ven más imposible la satisfacción de sus legítimas aspiraciones.
Antiguamente –contaban mis abuelos, que en paz descansen- la mujer que llegaba a los veinte años permaneciendo solterita, era considerada como una anciana para el casamiento. Y el varón que a los treinta no se había arrodillado con su media naranja al pie del altar, era un solterón empedernido... Pero eso sucedía antes.
¿Hoy? Hoy pasa todo lo contrario. Aquí no se casa nadie ni a tiros, como dicen en mi pueblo. Y es lo peor del caso, que no es por falta de ganas. ¡Cuán bien estaría la canción que encabeza esta charla, en boca de infinitos quincuagenarios y cuarentonas con que tropezamos por doquier!
Ahora bien: ningún solterón tiene la franqueza de manifestar esos anhelos recónditos, íntimos, de casarse. Si les escuchamos a ellos, todo son diatribas y pedruscos arrojados con catapulta contra los sagrados vínculos. ¿Casarse? –dicen ellos- La mujer es una carga pesadísima, esclavizante. ¿Contraer matrimonio? –exclaman ellas- ¡Que el diablo cargue con los hombres!
Y los pobres se creen que se convencen a sí propios.
Y a veces se advierte que en un rincón del casino conversan en voz baja varios viejos célibes, en una forma parecida a la siguiente:
- ¿Sabeis lo que le pasó al desventurado López?
- Alguna desgracia
- Y de las gordas.
- ¿Ha quebrado?
- Peor que eso.
- ¿Se ha roto algo?
- Mucho peor.
- ¿Se ha muerto?
- Peor todavía.
- ¿Está en presidio?
- ¡Más le valiera!
- ¿Pues qué?
- ¡¡Se casó!!
- ¡¡¡Infeliz!!! –prorrumpen todos con cara de espanto.

Así es que, entre las dificultades naturales del presente para llegar a la vicaría y las mortales consideraciones de los referidos caballeros, pasan semanas y meses y más sin que encontremos un recién casado ni por un ojo de la cara, hasta el extremo de que cuando oímos el estrépito de dos o tres tartanas llenas de gente alegre y seguidas de chiquillos que gritan: - ¡la novia, la novia!- nos asomamos al balcón, reventando de curiosidad, admiración y pasmo. Y es muy probable que no volvamos a ver otra boda si no gozamos de larga vida.
Si de la observación de los hechos pasara a la investigación de las causas ¡cuántas cuartillas de letra menuda y apretada pudiera emborronar! Peor no estoy par elucubraciones filosóficas. Sean las causas las que fueren, lo cierto e importante es que ya empiezan los hombres públicos a preocuparse de tan alarmante cuestión como es esta de la escasez de matrimonios y propones algunos de ellos medidas salvadoras que quizás hagan que dentro de poco tenga cada cual su consorte correspondiente.
No hace mucho tiempo, ya propuso un diputado barcelonés que, para remediar tamaño mal, se aumentara la contribución a los solteros. En los Estados Unidos existe algo parecido, pero que difiere un poco de lo que se aquí se intenta establecer. Los yanquees no es que aumentan la contribución a los solteros, sino que la disminuyen a los casados, lo cual cambia de aspecto y, según mi modesto parecer, resulta más moral. Porque si lo que el diputado catalán desea, llega a ser ley, será una ley draconiana si se aplica de un modo categórico y sin excepciones. No es lo mismo el célibe voluntario que el forzado solterón que, o porque no sabe o es feo o no viste bien, no puede enamorar. ¿Ha de pagar este lo que no debe? ¡No y mil veces no! Yo creo que la anterior proposición del ya tres veces citado catalán, se debiera completar con esta otra, nacida de mi fecundo magín:
"Art. 1º.- En todos los Ayuntamientos se creará una comisión compuesta de varios concejales y varios vecinos serios, cuyo objeto será facilitar los casamientos de los solteros y solteras involuntarios que pasen de los cuarenta y treinta años, respectivamente.
Art. 2º.- Al efecto llevará una lista con las condiciones, medios de fortuna, etc., de dichos solteros y solteras.
Art. 3º y último.- La supradicha comisión proporcionará a los interesados que lo solicitaren, el cónyuge que por clasificación les corresponda, sin derecho a reclamación alguna, una vez hecha la designación."
¡Qué hermoso sería esto, lector del alma!¡Cuánto bien podría causar a la humanidad! Y sobre todo ¡qué satisfacción para mí y para ti y para otros, que al fin veríamos llegar el deseado día de cantar por experiencia la primera parte de la canción que encabeza estas líneas!:
¡Oh, qué epístola tan bella!
¡Oh, que flor de Jericó!
Le inspiraba buena estrella
cuando el santo la escribió.

ROBERTO 2 de agosto de 1913 Revista de Gandia.

BARBARIE

Suena un toque de campana, después otro, luego otro, el toque de otra clase de campana, un pito, pita el tren... y el tren no sale. Pero por fin, sale en medio de los adioses, lágrimas, suspiros, pañuelos y sombreros que se agitan, sonrisas, etcétera. Y arranca con su majestuoso ¡Feeeu... Folch!... Feeeu... Folch!, dejando atrás la estación de partida mientras dice:
¡Ballesteros, Ballesteros!
¡Carrecedo, Carrecedo!
¡Feeeu, Folch, Feeeu, Folch!,
¡Huuuuuuu!...

Bueno, me retiro de la ventanilla, voy a sentarme y
- ¡Caramba, Perico, tu por aquí! ¡Cuánto me alegro!
- ¡Querido amigo! ¿Que tal? No te conocí. Como estabas en la ventana y yo entré por la parte opuesta... ¡Aprieta, hombre!
Y nos dimos un abrazo.
- ¿Qué ha sido de tu vida? –me dice- Veo que estás gordo, relleno...
- Tal cual –le contesto- En cambio, tú no estás como esperaba verte. Te encuentro algo demacrado... ¿Que no te probó el viaje a Argentina?
- ¡Calla, por Dios! No fui a la Argentina. Me decidí a ir a América del Norte. Y cree que desde que divisé las costas americanas hasta que volví a pisar tierra española, mi vida ha sido un verdadero Calvario.
- ¿De veras?
- Y tanto. Figúrate que cuando llegamos a la vista de lo que a mí me parecía la tierra prometida, para el trasatlántico; y vemos venir un vaporcito que se acerca a nuestro buque, trasborda a unos señores y a varios individuos armados, nos inspeccionan a todos los emigrantes uno por uno, y a este quiero y al otro no quiero, se nos llevan a más de las dos terceras partes a una especie de lazareto flotante a pasar la cuarentena de observación...
- ¡Ah! ¿Es que todos estabais enfermos?
- Nadie. Todos estábamos más sanos que peces. Deber ser que a los yanquis les molesta la emigración, porque de otra manera no se explica... ¡Qué groseros son! Cualquiera se creerá que el reconocimiento que nos hacían era científico y detenido. Nada de eso. Aquello iba a ojo. – "Este hombre al lazareto... Esta joven que desembarque... Esta también... ¡A ver!... Ese mozo, al lazareto. – Pero... - ¡Silencio!... - ¡Me separan de mi hija! - ¡Que se calle usted! - ¡Cómo he de callar, si esto es inicuo! - ¡Pues al calabozo!"
Y así todo. El que protestaba, además de al depósito, iba al calabozo como un criminal. Un matrimonio alicantino que venía con nosotros y que para hacer el viaje a América había vendido los cuatro pedazos de tierra que constituían toda su fortuna, se vio separado de sus dos hijas por el capricho de aquellos bárbaros, que no atendían ni a súplicas ni a ruegos, ni a lágrimas ni a nada. Aún no se han vuelto a juntar con ellas.
- ¿No las encontraron?
- No pudieron ni buscarlas. Los infelices padres, como todos los que estábamos en observación, después de permanecer durante más de un mes en aquel presidio flotante, en alta mar, con el piso por cama, sin fuego, con un frío que atería, comiendo un escaso rancho indigesto, sufriendo moral y materialmente lo indecible, fueron embarcados, como yo y como todos, por orden del Gobierno yanqui y devueltos por la fuerza a la Península.
- Pero ¿y las chicas?
- ¡Quién sabe!
- ¡Eso es atroz! ¿Cómo no se formuló una reclamación ante el cónsul, que está precisamente para defensa de sus compatriotas!
- Primero, porque no se pudo bajar a tierra ni comunicarse con él; y segundo porque, aún pudiendo, los cónsules españoles en América del Norte, se mueven en el vacío... Todo su celo y buena voluntad se estrellan contra el despotismo yanqui...
- ¡Parece mentira!
- Si, caro amigo. Y aquí me tienes. He ido a Roma y no he visto al Papa. La Yanquilandia no se como será. Únicamente puedo asegurarte que de ella solo he visto a unos hombres muy rubios y muy mal educados, vestidos de personas civilizadas. y como consecuencia triste de su barbarie, muchos compañeros míos de emigración han sido separados, contra todo derecho, de sus mujeres o de sus hijas, sin saber a estas horas qué será de las desgraciadas en tierra extranjera. Quizás hayan muerto de hambre o quizás, que es lo peor, se hayan perdido ignominiosamente...
Ya ves cómo proceden esos Estados que tanto se ponderan por su progreso material. ¿Qué me importan sus ciudades provistas de todos los adelantos modernos de las ciencias y las artes? ¿Para qué los quiero, si entre tantas máquinas y tantos palacios no se alberga ni una chispa de compasión? Prefiero a tanto progreso cualquier mísera aldehuela española sin telégrafo ni carretera... Al menos, sus habitantes, aunque rudos, dan posada al peregrino y saben que todo hombre, como hijo de Dios, es un hermano y compañero de fatigas en este valle de lágrimas...
Y he aquí de qué manera un artículo que comenzó como algo alegre, ha venido a terminar, sin quererlo, en graves consideraciones, consecuencia fatal de este verídico relato.

ROBERTO 23 de agosto de 1913 Revista de Gandia

ASÍ SE ELIGEN LOS KAIDES



Ya se habrán enterado hasta la saciedad nuestros lectores de los atropellos –inconcebibles en el siglo XX- cometidos en las elecciones del distrito de Nules. Más de mil personas, partidarias del señor Chicharro, fueron encarceladas. Cuadrillas de escopeteros rondaban por las calles y no consentían que se votase al candidato antiministerial. A un interventor o presidente de mesa –no lo recordamos bien- le invadieron su domicilio y le asestaron una puñalada en el vientre por no querer firmar un acta en blanco. Los notarios fueron cazados poco menos que como fieras, viéndose aquellos respetables funcionarios en la precisión de defender sus vidas empuñando las pistolas... Y todo esto, autorizado, desde luego, por el Poncio de la provincia y recomendado por el Gobierno que disfrutamos.
Pues un procedimiento parecido es el que se emplea en las bienaventuradas tierras del Riff. Cuando muere un jefe de kábila, nadie se preocupa de las leyes, ni de reglamentos para sucederle. Los que se creen con poder suficiente para ocupar la vacante, comienzan a tiros y a golpes de gumía y así se resuelve la cuestión. Y al más bárbaro de todos, al más salvaje, al que más cabezas corta y más adversarios despanzurra,

le jura al punto la gente
capitán por más valiente,

-como dicen en el Tenorio- y a vivir y a ser el norte y guía y el encanto y embeleso de aquellos adorables angelitos.

El sistema no puede ser más expeditivo. Se ahorran calentamientos de cabeza, levantamientos de actas, notarios, papeletas, electoreros y toda la barahúnda de ceremonias, que solo sirven de estorbo. Por eso los liberales españoles modernos, entusiasmados con los usos y costumbres de los rifeños, se han empeñado en establecerlos en la Península. Y a fe que lo van consiguiendo. Díganlo, si no, los distritos de Nules, Alcira y tantos otros, de cuyos sucesos suponemos a todos enterados.

Y demos gracias a Dios mil veces por la retirada del señor Ibáñez Rizo y la del centenar de tahúres y demás honorabilísimos perdularios que ya estaban camino de Gandia. Porque hubiera sido muy fácil que el día veintinueve del pasado mes de abril ocurriese lo que muchos no esperaban.

¿Que no? ¿Que aquí no pasa nunca nada porque los gandienses son mansísimos sujetos? Si, si; pero tanto va el cántaro a la fuente...

Lo mejor de todo es que se haya quitado la ocasión de la experiencia.

JOSE Mª CAPSIR 5 de mayo de 1923 Revista de Gandia