martes, 28 de noviembre de 2006

CASA SOLARIEGA

¡Casa de mis padres,
casa solariega!
¡Con qué gozo de lejos te miro!
¡Oh qué paz infunde tu amada silueta!
Tus viejas paredes,
tus estancias viejas,
¡qué cosas le dicen a la mente mía!
Cuando te recorro ¡qué historias me cuentas!
En calladas noches,
cuando no resuenan
profanas pisadas, las sombras de seres
que tú has albergado, parece que vengan...
y cantan canciones
que un tiempo aprendieran;
y se oyen chasquidos
de bocas que besan;
y gritos alegres
de niños que juegan;
y acentos de cosas
tan dulces, tan tiernas,
cual cuentos que a infantes
relatan abuelas
y arrullos divinos
de madres que velan...

Y ahí, junto al hueco
de tu chimenea,
los ecos palpitan
de antiguas leyendas,
las que, cuando niño,
contaba mi vieja,
la de ojos azules
y de alba cabeza,
las que yo atendía con la boca abierta,
fija la mirada
y el alma suspensa.
¡Qué hermoso aquel cuento
de aquella princesa
de celestes ojos
y doradas trenzas,
tan grave, tan digna,
tan blanca, tan bella...!
Ya aguarda impaciente
desde las almenas
el trotar gallardo
de morisca yegua:
la del caballero
que estuvo en la guerra
rindiendo a los moros
en cruda pelea
y a su casa torna
rendido por ella...
¡Galán caballero!
¡Qué fiel la corteja!
Mirad en su escudo
la amorosa empresa
que a la letra dice:
"Dios, Patria y mi bella";
y el airón flotante
sobre la cimera;
y en la agua lanza,
robusta y enhiesta,
gentil gallardete
de cintas de seda,
que el aire, gozoso,
juguetón altera...
¡Qué hermoso aquel cuento
de aquella princesa!
Y el del enanuco
de la barba luenga,
con su caperuza,
con su jorobeta...
Y el la inocente
pobre cenicienta...

Ya nadie refiere
las dulces consejas.
Ya nadie repite
sabrosas leyendas
que a mí tantas veces
contara la abuela.
¡Murieron con ella!

Hoy, cuando los choques
de la vida nueva
mi espíritu rinden,
mi razón enferman,
a ti, casa antigua,
mis memorias vuelan,
a ti, relicario
de nobles creencias,
cristianos afectos
y santas ideas...

¡Que nadie te toque!
¡Que nadie te ofenda!
Yo lo daré todo
por que estés entera:
mi nombre y haberes,
mi heredada tierra
y esta sangre honrada
que corre en mis venas...
Mas que nadie, osado,
traspase tu puerta
y aquellos recuerdos
profanar se atreva...
¡Guay del que te toque!
¡Ay del que te ofenda!

Amores dichosos,
sublimes escenas,
diversos matices
de historias añejas,
decirnos podrías
si hablarnos pudieras,
casa de mis padres,
casa solariega!...

Gandía, 31 de octubre de 1910

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