martes, 28 de noviembre de 2006

DIVINO CONSUELO


Cansado de sufrir, con mis dolores
una noche salí por la pradera
y busqué entre el aroma de las flores
sanos efluvios de mi edad primera.

¡Oh alivio, caminar por los senderos
cuando la brisa orea nuestra frente
y parpadean nítidos luceros
en la noche de luna transparente!...

Parece que el espíritu descansa
de la sórdida lucha de la vida.
¡Oh, dulce soledad divina y mansa
que a reposo y amor y a paz convida!

Pasé junto al arroyo murmurante
en cuyo espejo el cielo se miraba;
y oí la voz del ruiseñor, distante,
que a su hembra gentil enamoraba.

¡Armonía de perlas que caían
en un tazón de oro cincelado!
¡Sentidas notas que, al saltar, decían
la gloria del cantor enamorado!...

Pero la espina fuerte y punzadora
de un recuerdo infeliz me torturaba
y no gocé la tregua bienhechora
que el corazón herido suplicaba.

Y es que el placer –como la augusta calma-
no surge del matiz ni del sonido.
Si el dolor asentó dentro del alma
¡todo lo vemos de dolor vestido!

Y por eso el murmullo de la fuente
un amargo sollozo parecía;
y el gorjeo del pájaro eminente,
un suspiro que el alma entristecía.

¿Dónde hallaré el consuelo deseado
que preste al corazón calma y olvido?
La fuente de piedad ¿ya se ha secado?
Y el raudal de perdón ¿ya se ha extinguido?

Alcé los ojos. En la altiva peña,
tendiendo al mundo sus divinos brazos,
la Cruz se erguía, redentora enseña
que brindaba dulcísimos abrazos.

Y al descender la luna plateada
pasó tras de la Cruz – y parecía
un prodigio de Dios: ¡Hostia Sagrada!
un milagro de amor: ¡la Eucaristía!

De rodillas caí frente a la sierra
y allí gusté el mejor de los consuelos...
Y fue templo feliz toda la tierra
bajo el palio infinito de los Cielos!

A mi buen amigo el poeta Luís Guarner
Valencia, 21 de mayo de 1922

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