No estamos seguros con este Gobierno.
¡Atrancad las puertas, pacíficos ciudadanos!
Direis, acaso, amados lectores, que este grito es una exageración imperdonable, hija, sin duda, de esa manía, endémica en los españoles, de hablar mal de todos los Gobiernos, considerándolos siempre perturbadores del orden en mayor o menor grado, bien en un sentido, bien en otro. Pero yo os juro que en estos instantes, si he de juzgar no solo de las palabras, sino, además, de los hechos de quienes nos gobiernan, ni miento ni exagero al prevenir a mis lectores para que se aperciban y defiendan.
Todo es poco contra un Gobierno anarquista.
Así como suena: anarquista.
Y la prueba al canto.
No hace muchos días aconteció en Madrid la célebre revuelta por el encarecimiento del pan. Protesta justa por su origen y por su fundamento, pero criminal, de salteadores en cuadrilla, por sus vergonzosos procedimientos.
Ya sabéis lo que pasó. Los amotinados asaltaron los despachos del pan y las tahonas, esparciendo la harina por los suelos, echaron a perder infinidad de panes, repartieron palos, causaron heridos... Y la fuerza pública se limitó a ver, oír y callar. Conducta prudente, a fe.
Como es natural, la noticia de estos desmanes llegó a las Cortes y hubo quien echó en cara al Ministro de la Gobernación la fealdad de la cooperación pasiva del Gobierno. Y allá se levantó para defenderse el señor Sánchez Guerra diciendo "que la policía y el Gobierno hicieron perfectamente dejando obrar a su placer a los alborotadores, porque estos tenían fundamento en la opinión".
Desde luego que se hubiera podido contestar al Ministro que la Autoridad tiene la obligación de garantizar la seguridad de todos; y que nunca debe consentir que nadie se tome la justicia por sus manos. ¿Para qué sirven, pues, las autoridades, sus agentes, los Tribunales de Justicia, los ejércitos, hasta los Reyes y el mismo Estado? ¿Qué misión les incumbe si no es la de procurar el orden y el buen régimen y garantizar el derecho de todos? Y si los Gobiernos no sirven para eso ¿cuál es su papel? ¿Sólo cobrar?...
Justas y necesarias son las sublevaciones del pueblo cuando los tribunales no hacen justicia y los gobernantes no quieren amparar el derecho. Y únicamente en estos casos es cuando, seguramente, le es lícito al pueblo amotinarse, puesto que de otra manera no puede lograr sus licitas y santas pretensiones.
Pero afirmar otra cosa; decir que siempre un pueblo o parte de él, porque opine bárbaramente, bárbaramente debe obrar, de buenas a primeras, sin diques que se opongan a su corriente, es realizar la anarquía y hacer desaparecer todas las ventajas de una sociedad organizada según la civilización.
Todo esto se hubiera podido contestar y algo más. Pero apenas si se dijo nada.
Ya lo veis, ciudadanos. Con los gobernantes que tenemos, desapareció el Estado, cuyo principal fin es procurar el bienestar de la Nación y garantizar el Derecho. Hoy se da absoluta libertad a los salteadores, a lo que está fuera del Derecho y a los que van contra él, porque parte de la opinión –la insensata- lo quiere así.
Lo dice y lo encuentra bien el Ministerio.
Impera, pues, la anarquía.
Luego no hay autoridad.
¡Cerrad y atrancad las puertas!
ROBERTO 11 de julio de 1914 Revista de Gandia
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