Cuando me enteré de la intrusión de los guardias portugueses en territorio de España, me invadió el espanto. Porque cada cual tiene su manía característica y yo tengo la del patriotismo; y, por consiguiente, todas las cosas que afectan a mi país es muy natural que me preocupen. Así es que, al leer el acontecimiento dicho, di un salto inverosímil en la silla y exclamé, presa del hondo pánico que presiente la derrota:
- ¡Caracoles! ¡Ellos serán capaces de apoderarse de Galicia!
Porque hay que saber con qué clase de hombres nos las habemos. Y ese Portugal es atroz.
Antes –lo confieso con bochorno- apenas si sabía tres o cuatro cosas sobre la monarquía vecina. Sabía que Portugal es una ancha faja de tierra que ocupa la parte occidental de la península ibérica. Sabía que en Oporto se elabora un vino superior. Sabía que en la región correspondiente, fronteriza a nuestra Extremadura, se fabrican unos excelentes chorizos... y no sabía más acerca de nuestros vecinos occidentales, como creo que sucederá a las siete octavas partes de los españoles. Y es, que la vida portuguesa discurría apacible y serena, sin llamar la atención de nadie.
Esto de no llamar la atención, era indudablemente vergonzoso para algunos elementos lusitanos. Y se propusieron hacer algo gordo que pasmara al mundo entero. ¿Lo consiguieron? ¡Vaya que sí, señor!
Al llevarse a cabo el asesinato del rey don Carlos y del príncipe heredero, todos volvimos la cara hacia donde se pone el sol. - ¡Qué valientes! –dijeron unos. - ¡Qué hombres de acción! –dijeron otros. - ¡¡Qué bárbaros!! –exclamaron los más.
Y Europa y América y creo que hasta la misma África, se ocuparon una temporadita de la portuguesada. Y luego... el silencio y el olvido.
Era necesario, pues, para que la gente volviera a ocuparse de Portugal, que se realizara allí otra vez algo extraordinario. Y, efectivamente: se verificó en veinticuatro horas el destronamiento de don Manuel y el establecimiento del Goberno da immensa República Portugueza.
Y esto si que fue un acontecimiento verdaderamente notable y sensacional. No se oía hablar de otra cosa que de la nueva república. Portugal por aquí, Machado por allá, Dos Reis por un lado, Costa por el otro, etc., etc. Todos se creían con derecho a saber asuntos de la nación hermana. Con decir que hasta yo, que no suelo pecar de curioso, para enterarme mejor eché mano de la Geografía, de la Historia y de un viajante de comercio, amigo mío, que todos los veranos va a Lisboa a vender pipas, está dicho todo. ¡Qué de cosas aprendí y cuánto rasgo particular del pueblo portugués admiré!
Supe, entre otras muchas cosas, que hay allí una población que se llama Braga y otra que se denomina Braganza y que esos dos mismos nombres, como apellidos, abundan que es una bendición. Es preciso reconocer, pues, que es un país bragado.
Me enteré de que tiene un palacio que se llama das Necesidades. Aquí si que he de hacer constar, con harto dolor, que nos ganan en un mucho los portugueses; porque en España, para las necesidades no construimos palacios; a todo lo más que llegamos es a kioscos ¡y gracias!
Supe que en la frontera, apuntando a una ciudad de España, hay una pieza de artillería con una inscripción que dice, traducida al castellano: "No tiembles, tierra, que no te hago fuego."
Llegó a mi conocimiento que en la táctica portuguesa se emplea la voz de mando de "¡Cara feroz al enemigo!" y los soldados, para cumplimentarla, ponen una cara bastante fea. "¡Más feroz!" y la ponen más fea todavía. "¡Más feroz!" y entonces, es tan horrorosa la cara que hacen, que el enemigo, al verla, no tiene más remedio que arrojar las armas y escapar como alma que lleva el diablo, a la manera que el niño pequeño huye del coco buscando a su madre. ¡Oh! ¡Cuántas batallas han ganado por este procedimiento! Dícese que de esta guisa nos ganaron la batalla de Aljubarrota.
Pues ¿y su sistema de contar en el ejército? Es sencillamente horripilante: doce mil pies de caballo, veintiséis mil pies de hombre... y no estoy cierto de si cuentan los tiros por cuadruplicado y los sablazos por el triplo, aunque no tendría nada de particular, según la manera de ser de nuestros vecinos.
Y es tal la convicción que sienten de su superioridad sobre nosotros, que no es raro que hagan comparaciones como la siguiente:
- Al portuguesiño le aciertan un tiro en un tacón, y él forte que forte; le dan un tiro en el extremo de la bayoneta, y forte que forte; le pegan un tiro en la contera de la vaina, y forte que forte;... mientras que el español, recibe un tiro en una sien y cátalo morto...
¿Qué os parece, amables lectoras y lectores? ¿Es temible o no es temible ese pueblo formidable? ¿Tengo o no tengo razón en temblar por el porvenir de nuestra patria amenazada de invasión? ¿Quién no se horroriza ante el empuje de cuatro mil peus de caballo, pongo por caso, y el de cincuenta mil peus de hombre?
Y menos mal si tanto pie invasor viene lo suficientemente limpio para no apestar, habida cuenta de la mucha porquería que hay ahora en el vecino exreino, desde que impera la flamante república.
¿No os horrorizais? Yo, por mi parte, sufro un terror sin límites.
¡¡Mamá!!
ROBERTO 15 de julio de 1911 Revista de Gandia.
- ¡Caracoles! ¡Ellos serán capaces de apoderarse de Galicia!
Porque hay que saber con qué clase de hombres nos las habemos. Y ese Portugal es atroz.
Antes –lo confieso con bochorno- apenas si sabía tres o cuatro cosas sobre la monarquía vecina. Sabía que Portugal es una ancha faja de tierra que ocupa la parte occidental de la península ibérica. Sabía que en Oporto se elabora un vino superior. Sabía que en la región correspondiente, fronteriza a nuestra Extremadura, se fabrican unos excelentes chorizos... y no sabía más acerca de nuestros vecinos occidentales, como creo que sucederá a las siete octavas partes de los españoles. Y es, que la vida portuguesa discurría apacible y serena, sin llamar la atención de nadie.
Esto de no llamar la atención, era indudablemente vergonzoso para algunos elementos lusitanos. Y se propusieron hacer algo gordo que pasmara al mundo entero. ¿Lo consiguieron? ¡Vaya que sí, señor!
Al llevarse a cabo el asesinato del rey don Carlos y del príncipe heredero, todos volvimos la cara hacia donde se pone el sol. - ¡Qué valientes! –dijeron unos. - ¡Qué hombres de acción! –dijeron otros. - ¡¡Qué bárbaros!! –exclamaron los más.
Y Europa y América y creo que hasta la misma África, se ocuparon una temporadita de la portuguesada. Y luego... el silencio y el olvido.
Era necesario, pues, para que la gente volviera a ocuparse de Portugal, que se realizara allí otra vez algo extraordinario. Y, efectivamente: se verificó en veinticuatro horas el destronamiento de don Manuel y el establecimiento del Goberno da immensa República Portugueza.
Y esto si que fue un acontecimiento verdaderamente notable y sensacional. No se oía hablar de otra cosa que de la nueva república. Portugal por aquí, Machado por allá, Dos Reis por un lado, Costa por el otro, etc., etc. Todos se creían con derecho a saber asuntos de la nación hermana. Con decir que hasta yo, que no suelo pecar de curioso, para enterarme mejor eché mano de la Geografía, de la Historia y de un viajante de comercio, amigo mío, que todos los veranos va a Lisboa a vender pipas, está dicho todo. ¡Qué de cosas aprendí y cuánto rasgo particular del pueblo portugués admiré!
Supe, entre otras muchas cosas, que hay allí una población que se llama Braga y otra que se denomina Braganza y que esos dos mismos nombres, como apellidos, abundan que es una bendición. Es preciso reconocer, pues, que es un país bragado.
Me enteré de que tiene un palacio que se llama das Necesidades. Aquí si que he de hacer constar, con harto dolor, que nos ganan en un mucho los portugueses; porque en España, para las necesidades no construimos palacios; a todo lo más que llegamos es a kioscos ¡y gracias!
Supe que en la frontera, apuntando a una ciudad de España, hay una pieza de artillería con una inscripción que dice, traducida al castellano: "No tiembles, tierra, que no te hago fuego."
Llegó a mi conocimiento que en la táctica portuguesa se emplea la voz de mando de "¡Cara feroz al enemigo!" y los soldados, para cumplimentarla, ponen una cara bastante fea. "¡Más feroz!" y la ponen más fea todavía. "¡Más feroz!" y entonces, es tan horrorosa la cara que hacen, que el enemigo, al verla, no tiene más remedio que arrojar las armas y escapar como alma que lleva el diablo, a la manera que el niño pequeño huye del coco buscando a su madre. ¡Oh! ¡Cuántas batallas han ganado por este procedimiento! Dícese que de esta guisa nos ganaron la batalla de Aljubarrota.
Pues ¿y su sistema de contar en el ejército? Es sencillamente horripilante: doce mil pies de caballo, veintiséis mil pies de hombre... y no estoy cierto de si cuentan los tiros por cuadruplicado y los sablazos por el triplo, aunque no tendría nada de particular, según la manera de ser de nuestros vecinos.
Y es tal la convicción que sienten de su superioridad sobre nosotros, que no es raro que hagan comparaciones como la siguiente:
- Al portuguesiño le aciertan un tiro en un tacón, y él forte que forte; le dan un tiro en el extremo de la bayoneta, y forte que forte; le pegan un tiro en la contera de la vaina, y forte que forte;... mientras que el español, recibe un tiro en una sien y cátalo morto...
¿Qué os parece, amables lectoras y lectores? ¿Es temible o no es temible ese pueblo formidable? ¿Tengo o no tengo razón en temblar por el porvenir de nuestra patria amenazada de invasión? ¿Quién no se horroriza ante el empuje de cuatro mil peus de caballo, pongo por caso, y el de cincuenta mil peus de hombre?
Y menos mal si tanto pie invasor viene lo suficientemente limpio para no apestar, habida cuenta de la mucha porquería que hay ahora en el vecino exreino, desde que impera la flamante república.
¿No os horrorizais? Yo, por mi parte, sufro un terror sin límites.
¡¡Mamá!!
ROBERTO 15 de julio de 1911 Revista de Gandia.
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