domingo, 28 de enero de 2007

EL BALOMPIE



¡Válganos Dios, la polvareda que ha levantado el exótico deporte del balón! En Gandia hay dos campos para dicho ejercicio; Denia también tiene el suyo; y Tabernes y Alicante y Castellón... De Carcagente a la capital, apenas si existe pueblo de la línea férrea que no ostente junto a la estación, o en sus proximidades, el correspondiente campo adecuado, moderno palenque de la inquieta juventud. Es un verdadero furor que se va extendiendo rápidamente y que no sabemos a lo que podrá llegar.

El atildado señorito que en otro tiempo cifraba su embeleso en ir por esas calles muy peripuesto, muy elegante y perfumado, vincula hoy todo su orgullo en lucir piernas de acero con cicatrices y cardenales sobre las rótulas y canillas. Antes, la vanidad solicitaba que la gente dijera: "¡Qué precioso!". Hoy, parece que demanda que el público diga: "¡Pero qué bárbaro!"

¿Es esto un bien o un mal?
Ya se que se han levantado voces austeras, muy respetables, dando el alerta frente a la locura del deporte. Pero creo que hay en ellas un poquito de exageración.
Los principales peligros que señalan al referido juego, son los siguientes:
Que la gente joven abandonará los estudios por dar de patadas al balón.
Que se corre le riesgo, confirmado muchas veces, de romperse un brazo, una pierna o la cabeza.
Y que semejantes diversiones embrutecerán la raza en lugar de idealizarla...

Pues bien: a pesar de todos esos inconvenientes, yo estimo que es mucho mejor lo que ahora sucede que lo que antes ocurría.

Hace dos o tres lustros se respiraba en los patios de las Universidades e Institutos, en las calles y paseos, en los cafés y casas de huéspedes –salvo honrosas excepciones- un ambiente metífico que asfixiaba. La mayor parte de las conversaciones que se oían, ya se sabe sobre lo que versaban. La lujuria, la indicación obscena, el recreo vergonzoso, saturaban la atmósfera de las más importantes poblaciones. Un gran número de estudiantes, cuya proporción aterra, pasaba las tardes y las noches en espectáculos repobables, en casas de juego y en otros lugares non sanctos que no quiero nombrar. Y daba grima y asco ver cómo aquella juventud, que había de ser la clase directora del día de mañana, presentaba, con harta frecuencia, ejemplares envejecidos prematuramente, que llevaban en el alma y en el cuerpo las lacras de todos los vicios y de todas las enfermedades.

Sin embargo de aquel medio ambiente tan degenerado, los que eran buenos estudiantes trabajaban y estudiaban y alcanzaban honra y provecho. ¿Por qué no ha de suceder ahora tres cuartos de lo mismo? Quien real y verdaderamente tenga afición al estudio, estudiará por encima de todos los balompiés y juegos semejantes, sin perjuicio de que emplee sus ratos de solaz en esa clase de ejercicios, para vigorizar su cuerpo, con lo cual nada pierde la especie humana, sin duda alguna.

En cuanto a los malos estudiantes ¿no es mejor cien mil veces que malgasten el tiempo dando saltos y carreras que frecuentando aquellos tugurios y lugares non sanctos a que antes aludía? Del campo de balompié, podrán no salir sabios, pero al menos no saldrán afeminados. Y todo eso viene ganando la raza, tan debilitada hoy moral y físicamente.

Bien es verdad que las fracturas de brazos y piernas ocurren más de lo que fuera de desear; pero siempre será preferible para todo honrado padre de familia, ver que le llevan a casa a un hijo cojo o manco o hasta muerto, a verlo víctima de inconfesables achaques.

Y respecto a que el ejercicio de la fuerza física produce el embrutecimiento de los pueblos, asunto es ese muy discutible. Sabido es el culto que en la antigüedad se rendía a la educación física. Dígalo Grecia con sus juegos y olimpiadas, lo cual no impidió que en su tiempo brillasen las ciencias y las artes de manera tan maravillosa que llegaron a ser veneros fecundísimos a los que todavía se recurre para depurar el entendimiento y la belleza. No hablaré de Roma, porque sus espectáculos, más que diversiones, eran espantosos crímenes sangrientos. Mucho más tarde, en nuestra España, el día de ayer como quien dice, los nobles y gentes de pro se ejercitaban en juegos que vigorizaban su naturaleza. La caza, la esgrima y la equitación eran las distracciones favoritas de las personas de buen tono, sin que por ello dejaran de reinar ingenios como Cervantes y Quevedo, poetas como Garcilaso y Lope de Vega; y capitanes como don Juan de Austria y Gonzalo de Córdoba... Porque la raza era sana y fuerte.

Y hoy día no hay más que fijarnos en las naciones que dominan el mundo. Al propio tiempo que inteligentes, sus hombres son sanos y robustos.

Mens sana in corpore sano es una frase elevada a la categoría de axioma. De una mente sana en un cuerpo sano puede la sociedad esperar frutos de provecho; mientras que de una mente enferma en un cuerpo enfermo, solo se pueden esperar utopías y sistemas perniciosos.

Claro está que el abuso de los deportes –como todo abuso- siempre será condenable; pero es preferible, a mi ver, el exceso de ellos, al exceso en aquellas otras diversiones que por sabidas se callan.

Hace diez o doce años, gran parte de la juventud cultivaba exclusivamente el vicio. En la actualidad, gran parte de la misma, cultiva la fuerza y la destreza. Podrá ser que la tendencia de ahora produzca resultados funestos; pero yo no puedo creer que sean peores que los que ha producido la orientación precedente.
Allá veremos si vivimos.
¿Acerté?
Pues, ¡goal!

JOSE Mª CAPSIR 10 de marzo de 1923 Revista de Gandia.

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