lunes, 22 de enero de 2007

DE VACACIONES

Nunca se debieran acabar. ¡Qué época tan feliz! ¡Con qué ilusión se espera y cuántos proyectos se forman para esta temporada, demasiado corta de cuatro meses! Sólo por llegar a ella descansados y libres y exentos de toda preocupación, aprietan de lo lindo durante los últimos días del curso, los malos estudiantes.
Y no crean mis lectores que estas congojas de las postrimerías del curso se pasan únicamente por no tener el trabajo de sentarse otra vez, allá hacia el final de las vacaciones, ante los respetables catedráticos, siempre ceñudos y antipáticos siempre; hay otras razones mucho más poderosas para darse un atracón de libros en vísperas de exámenes, a saber: la satisfacción que sentirá la novia, la verdadera novia, al saber el feliz resultado obtenido; el reloj, bicicleta, caballito o tartanita, que según los alcances pecuniarios de cada papá se ofrece como premio; los abrazos de mamá; los panegíricos del tío, etcétera, etcétera.
¡Oh! Sólo por las últimas razones apuntadas hay alumno que es capaz de estudiarse en cinco días todo el Derecho Canónico; y cuidado que la asignatura es de las que se las traen. Y no se figuren ustedes que hay exageración en lo que digo, pues llegan a realizarse verdaderos prodigios de simulación de ciencia. Conozco yo a uno de esos estudiantes que se aprendió en poco más de veinte días la friolera de ¡siete asignaturas! Pero ¡qué martirio, Santo Dios! Se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba café reconcentrado y se ponía a estudiar hasta las ocho, hora en que almorzaba, después a estudiar hasta la hora de comer; luego, a estudiar hasta la hora de cenar; a continuación se tomaba dos tazas del mismo café reconcentrado y a los libros otra vez. Y así le daban las tres de la mañana, en que no podía más y se dejaba caer en la cama como un plomo. Y hacia los últimos días, para no dormirse, duplicaba la ración de café y metía los pies en una jofaina, y hasta tenía asalariado a un sereno que le daba de sopapos cuando se dormía. ¡Pobre muchacho!
Cuando después de aprobar las siete asignaturas, regresó a su pueblo y se presentó en su casa, su madre, al verle, dio un chillido horripilante:
- ¡¡Ignacio de mi vida!! ¿Qué te ha sucedido?
Claro: entre el café, los baños de pies, el no dormir y los cachetes del sereno, estaba el pobre chico desconocido, viejo, con ojeras, escuálido y amarillo como un cirio de a libra. A los gritos de la madre acudió el papá y entre los dos metieron al hijo en la cama y mandaron a llamar al médico y al cura, por si el muchacho se moría. Pero gracias a Dios, la cosa se resolvió felizmente con nueve días seguidos de dormir sin descansar.
Mas no todos obran, en análogas circunstancias, como el héroe referido, sino que no llegan ni siquiera a la mitad de sus hazañas, y hay algunos que ya en la primera noche que se proponen pasar en vela estudiando, responden a las preguntas del programa con ronquidos formidables. Su sistema de estudio consiste en cambiar de sitio y de postura para dormir. Pero no por esto se debe opinar que son peores estudiantes que los otros, no: son entes de menos fuerza de voluntad nada más. Cuestión de temperamento.
Pero dejemos lo triste y pasemos a otra cosa. ¡Qué gusto da ver a estos jóvenes, decidores y contentos, disfrutando de las delicias de los días de vagancia!
- ¡Qué temporadita de baños se nos espera, Benítez! ¿eh? Supongo que nos acompañarás.
Y Benítez, que es Licenciado en Derecho desde el año anterior, responde con cierto aire de letrado de primera fila:
- No se. Veremos. Todo depende de lo que me permitan mis ocupaciones.
Hay que tener en cuenta que durante todo el año de abogado que lleva a la espalda, solo ha tenido ocasión de ejercer su honrosa carrera, compareciendo una vez en el Juzgado Municipal, haciendo de hombre bueno en un acto de conciliación. Pero el chico no se desespera. Ahora mismo divisa en lontananza un mayor cuantía; muy lejos, muy lejos, pero lo divisa. No todos pueden decir lo mismo.
En lo que es pródigo el verano, es en materia de amor. En este punto si que se ven escenas pintorescas y candorosas, casi, casi pastoriles, como la que representan Carlos y Socorro después de jugar al tenis.
- ¿Me quieres mucho?
- Mucho, Socorrito.
- Anda, dímelo otra vez.
- Espera un poco, deja que vaya a mudarme la camiseta, que está empapada de sudor.
Y Carlitos, que es estudiante de Medicina, comienza a explicar a su adorado tormento, la cantidad de agua, urea y demás ingredientes de que el sudor se compone.
- Chico, desde que has estudiado Geografía, sabes una barbaridad.
¡Angelitos!
Pero en lo que están realmente fuertes los estudiantes, sobre todo los de Derecho, es en política. Entablan unas discusiones de las que, sin duda alguna, nace con mucha frecuencia la luz.
- ¿Que te parece la anunciada reforma del Código Civil que proyecta Canalejas?
- Una atrocidad –responde Pérez, que es un buen sujeto, bastante haragán.
- ¡Cómo! –exclama Ladrón, que sufre la desgracia de tomar estas cosas en serio- Todavía no sabes en qué consisten ¿y ya te atreves a censurarlas?
- Naturalmente. Me parece que ya hay bastante con el Código actual y no tenemos maldita la falta de que nos vengan ahora con reformitas, con el único objeto de quitarnos la salud a fuerza de estudios.
- ¡Pues es verdad!
- No había caído en ello.
- Ni yo.
- Ni yo.
- ¡Abajo Canalejas! –prorrumpen todos a coro.
Y de ahí por dónde se encuentra el Presidente del Consejo con cuatro partidarios menos, que le pueden ocasionar mucho, pero que mucho daño si se empeñan.
¿Qué, por ventura, la clase estudiantil, no tumbó a un pujante ministerio?

ROBERTO 1 de julio de 1911 Revista de Gandia.

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