El despertar del proletariado y, por ende, el progreso de la humanidad y de la identificación con la justicia, es un hecho.
La casi totalidad de este inmenso beneficio, se debe, más que a las obras científicas y que a los sistemas de los grandes pensadores y sociólogos, a las predicaciones en que lucen su elocuencia y exponen su razón y su filosofía, oradores de la talla de Sánchez, Pérez, García, Giménez y tanto y tantos otros.
Yo siento una verdadera debilidad por estos genios improvisados. Por regla general no gozan de prestigio en ninguna parte, ni siquiera en su barrio, hasta que circula con asombro de todos la noticia de que se les ha metido en la cárcel o de que han recibido una ración de garrotazos en el cráneo y sus alrededores. Esto último no suele causar tanto asombro.
Y es de ver el aire de triunfo con que después de haber sido mártires de la idea, se pasean por esas calles y plazas de Dios. Si antes, hasta sus mismos correligionarios se les reían, ahora, en cambio, adoran en ellos.
- ¡Pastrana, oh, Pastrana! Ese chico vale un dineral.
- ¿Ah, si? Pues yo no me había apercibido.
- ¡Cómo! ¡Pero si ha estado cinco veces en la cárcel!
- ¡Y ha recibido varios palos! Por eso tiene esa cicatriz encima del ojo izquierdo.
- Pues entonces no cabe duda de que vale ese muchacho.
Y comienza a tener partidarios, que primero son una docena, luego dos, después más y por fin muchos, porque la elocuencia que posee es arrebatadora:
"¡¡¡Compañeros!!! (¡Bravo! ¡Muy bien!) ¡Es preciso que desaparezcan las desigualdades ante la ley! ¡Es necesario que los obreros no seamos oprimidos por los burgueses! ¡Es preciso que se establezca la libertad absoluta para todo el que se llame hombre!!!"
(Una voz: - ¿Y para el que se llame mujer? Varias voces: - ¡Que se calle! ¡Fuera! ¡¡Animal!!)
"¡Hemos de procurar nuestra redención por medio del voto; y cuando este no sea suficiente, por medio del asesinato!"
(El delirium tremens, el disloque, la apoteosis. Las gorras vuelan por el aire. Se origina gran confusión de sombreros. – Esta gorra es mía. – No, que es mía. - ¡Trae aquí! - ¡No me da la gana! (Tortas, soplamocos) El presidente: - ¡Orden, compañeros! ¡No me obliguéis a hacer uso del cencerro, digo, de la campanilla! – Silencio general.)
"Ya veis la triste situación en que estamos y la miseria que nos consume, que hay que remediar. Yo os ofrezco el remedio infalible, que consiste en..."
(Una voz: - En menos aguardiente y menos tute... (Alboroto horrible.) - ¡Que lo arrastren! ¡Que lo maten, que dice la verdad! ¡Cómo se entiende! –Un ciudadano deteriorado.)
La predicación de estas doctrinas produce sus naturales frutos y cada día aparecen más y más periódicos, que podrán carecer de sentido común, pero que no carecen de sentido práctico ni de lectores; se fundan sociedades, se establecen agrupaciones y adelante va la cosa ¡no ha de ir!
Vean ustedes, si no, lo que sucede en Serpentón de Arriba. Apoyándose en los principios de la fraternidad y del amor al género humano, se ha fundado una sociedad de obreros, cuyo fin es protegerse y acaparar todo el trabajo. Esa sociedad no consiente que en Serpentón de Arriba trabajen otros que los naturales asociados. Al que venga hambriento de fuera en demanda de trabajo, se le rompe una pierna, o dos, si se tercia; y al que utilice sus servicios, también. Por supuesto que esto se hace por la razón suprema de libertad...
El procedimiento que usan para convencer a los propietarios, no puede ser más correcto. Hacia eso de la media noche llaman a la puerta de cualquier casa:
- ¿Quién es? –dice la criada
- Los trabajadores de la Sociedad.
- ¿Que se les ofrece?
- Ver al amo.
- El señor no está
- ¿Cómo que no está? ¡Eso ya se pasa de castaño oscuro! Ya hemos venido otra vez y no estaba tampoco. ¿Le parece a usted regular? ¿Qué contestación da usted a esto? ¡Responda pronto!
- Ustedes perdonen. Es que está fuera. Pero si desean decirle algo, y no es cosa del otro jueves, pueden, si gustan, decírmelo a mí, que yo le diré al señorito o a la señorita.
- Pues le dice usted a su amo, que cuando tenga falta de trabajadores, debe avisar a la Sociedad para que se los proporcione. Y ojo con tomar a nadie de fuera, porque sufrirá las consecuencias. ¿Estamos?
No hay que negar que esto es admirable; y eso de la humanidad todavía no ha llegado al pináculo de la perfección. Pero no hay que desconfiar. Al paso que vamos llegaremos pronto; y entonces tendrán lugar escenas edificantes.
Porque a lo mejor, veremos entrar en nuestra casa un hombre tosiendo fuerte y que por primera providencia se sentará en una butaca y pondrá los pies encima del sofá.
- ¿Quién es usted? -le diremos asustados.
- Un obrero sin trabajo, que viene por orden de la Junta a buscar faena en esta casa. Le advierto a usted que soy dorador.
- Pues aquí no hay nada que dorar.
- ¿Que no?
Y el obrero se levantará indignado, se introducirá en nuestra alcoba y nos dirá con acento amenazador, lanzando miradas de basilisco:
- ¡Venga aquí, so truhán! ¿Y estas bolas de la cama?
No tendremos más remedio que darle las bolas para que las ponga como guste, porque si replicamos, nos exigirá una indemnización, escupirá en los visillos y, de paso, se llevará el perchero.
¡Oh, las modernas orientaciones!
ROBERTO
25 de marzo de 1911 Revista de Gandia
NOTA: Reproducido por "El Amigo del Pobre" diario de Gijón en 10 de mayo de 1911.
Reproducido por "El buen Combate", semanario de Irún, en 11 de Junio de 1911
Inserto en "Nación y Administración", periódico quincenal ilustrado de Valencia en 15 de noviembre de 1912
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