miércoles, 24 de enero de 2007

CRONICA LA GUERRA TURCO BÚLGARA

Parecía que habían pasado ya los tiempos de las épicas grandezas. Y cuando nuestro espíritu saboreaba una paz que esperaba fuese eterna o poco menos, he ahí que cuatro pueblos cristianos y valientes, ansiosos de libertar a sus hermanos oprimidos, vejados y martirizados por Turquía, se arrojan contra ella como leones e inician una lucha sangrienta y victoriosa.
Bulgaria, Serbia, Grecia y Montenegro. Cuatro naciones que fueron esclavas del vergonzoso yugo otomano, que se cansaron de sufrir injurias y asesinatos, que lograron su libertad e independencia y que hoy, fuertes y generosas, se levantan bizarramente, anhelantes de expansión, constituyéndose en campeones del débil y del oprimido. Y por otro lado, Turquía, degradada, sin organización y sin fuerzas para defender el fruto de sus seculares rapiñas.
¿Quién vencerá? Es mucha la justicia de la causa de los Estados balcánicos para que no resulten vencedores; y grandes la fe y el entusiasmo que les acompaña de casi todos los puntos del mundo civilizado. No cabe duda. Deben vencer y vencerán.
El telégrafo nos notifica diariamente los triunfos asombrosos, continuos, de los ejércitos aliados. Vienen a constituir estos una tromba que barre delante de si a los espantados paladines de la Media Luna que huyen hacia la Turquía Asiática o mueren en el campo de batalla si no quieren caer prisioneros de sus denodados enemigos.
Ya están las tropas búlgaras a las puertas de Constantinopla; y el Gobierno del sultán hace sus preparativos para trasladarse a la Anatolia si llega el caso de la rendición de la actual capital del imperio. Y si el triunfo de las armas balcánicas fuese tan grandioso que ese ideal se realizara, entonces el agradecimiento del resto de los europeos a esos pequeños Estados no debiera tener límites, porque sería un agradecimiento tributado a los libertadores de la Patria, la gran Patria, de la Madre Europa.
¡Y qué consecuencias inmediatas más hermosas resultarían del confinamiento de Turquía al Asia, de donde nunca debió salir! Por de pronto, Europa se vería limpia de los bochornosos efectos del Islamismo: los genízaros, la esclavitud, los eunucos y los serrallos donde el hombre se embrutece y la dignidad de su compañera se aniquila por completo... Luego, se abriría un nuevo camino para la civilización del Asia, que sería asequible a la influencia cultural de occidente. Y, sobre todo, lo que debe movernos a los cristianos de todo el mundo a hacer votos por el feliz éxito de los soldados de los Balcanes, es que su victoria sería la victoria de la civilización sobre la barbarie, de la Cruz, aunque cismática, sobre la Media Luna.
Los españoles, más que ningún otro pueblo de la tierra, debemos mirar con especial cariño el esfuerzo de los Estados balcánicos, porque ellos no hacen ahora más que terminar en Constantinopla lo que nosotros emprendimos en Covadonga al comenzar la cruzada de nuestra reconquista y continuamos luego haciendo en las Navas de Tolosa y en Granada y en Lepanto... Y si para llevar a cabo la expulsión de los turcos de Europa –lo que las grandes potencias no han podido, no han sabido o no han querido hacer- ha sido necesario que levantaran la cabeza cuatro naciones insignificantes y casi olvidadas, antes fue preciso que existiera una España heroica capaz de dar los primeros golpes al tigre musulmán, no cuando estaba ya decrépito y abatido, sino cuando palpitaba con una vida llena de lozanía y de vigor. Por esto los actuales españoles, descendientes de aquellos guerreros, tendemos nuestros brazos hacia los Balcanes y gritamos de todo corazón: -¡Victoria y salud!

Hay quien ha pretendido sacar de la actual guerra de Oriente una consecuencia que no deja de llamar la atención, a saber: la superioridad de Francia sobre Alemania, fijándose en que el ejército turco ha sido instruido por oficiales alemanes, mientras que el servio, búlgaro, etcétera, lo ha sido por oficiales franceses.
Que los turcos son derrotados es un hecho patente que nadie puede negar. Pero de eso a que Francia, por la circunstancia antes dicha, sea más fuerte que Alemania, hay una distancia enorme, porque las condiciones en que ha estallado la guerra han sido muy diferentes en una y otra parte. Los turcos están arruinados por la guerra con Italia, desorganizados por rebeliones y luchas intestinas, desmoralizados por continuas derrotas sufridas desde hace siglos, desprevenidos para un ataque que no esperaban bajo ningún concepto, indisciplinados, sin administración militar ni civil, con un gran contingente de soldados cristianos que, como es natural, han vuelto las armas contra sus opresores, contribuyendo no poco al triunfo de los ejércitos aliados, que ya contaban con su adhesión... ¿Qué iban a hacer con todo eso los oficiales alemanes? ¿Habían de cambiar ellos la manera de ser de un pueblo? En cambio los oficiales franceses se han encontrado con todas las circunstancias favorables a su misión: con entusiasmo en sus instruidos, con disciplina perfecta y con un admirable acuerdo de los cuatro Estados que, desde hace mucho tiempo perseguían un fin común: vencer a Turquía.
Desengáñense los franceses. No está en los Balcanes el campo de experimentación donde se demuestre su superioridad guerrera sobre los alemanes. Está en la frontera franco-alemana, donde los oficiales franceses no mandarán a búlgaros o serbios, sino a soldados que canta la Internacional y se rebelan contra las órdenes de los superiores.

ROBERTO 15 de noviembre de 1912 Revista de Gandia.

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