Todavía hay quien emplea, cuando habla de España, el tan resobado tópico de la Inquisición, la tiranía y el despotismo. Y resulta curioso que sea, precisamente, América del Sur, a donde España no ha de poder ya ir en son de conquista, la tierra que produzca mayor número de difamadores de nuestra Historia. Ante sus ladridos ¿qué tiene que hacer España? Encogerse de hombros.
Al fin y al cabo, los errores en que España haya podido incurrir en América, los cometió por medio de sus conquistadores y gobernantes, que allá fueron, y allá permanecieron, arraigaron y se enriquecieron. Y de ellos son descendientes directos los actuales sudamericanos. Al chillar contra la península –que hace más de cincuenta años que no ha podido influir gran cosa en aquel continente- chillan y patalean contra sus abuelitos, apellidados con los ibéricos apelativos de Pérez, García, Rodríguez, etcétera, etcétera, como sus propios nietos.
¿Que España cometió barrabasadas por aquellas regiones? Quizás. Pero cúlpese a los Pérez, García, etcétera, etcétera, de entonces, de los cuales descienden los Pérez, García, etcétera, etcétera, americanos de hoy. ¿España qué tiene que ver con las enormidades que por allí ocurrían? Estaba muy lejos para poderlas evitar eficazmente. Si fueran los indios los que hablasen, ellos sí que se podrían quejar de innumerables vejámenes; pero no cometidos por los españoles de aquí, sino por los españoles de allá, primeros americanos de raza blanca y padres de los tan repetidos Pérez, García y Rodríguez de hoy. Y esto es tan verdad, que España se vio precisada a establecer aquel hermoso conjunto de preceptos, gloria del Derecho español, que se llamó "Leyes de Indias", en defensa de la pobre gente de color, diezmada por aquellos americanos blancos que después renegaban de España porque ponía un límites a sus voracidades.
Afortunadamente el sistema empleado por los detractores de nuestra Paria, ha caído en el mayor de los descréditos. Son ya legión los escritores extranjeros que reconocen la nobleza con que España ha procedido en todos los momentos de su Historia. No en balde goza del prestigio internacional de hidalga y caballeresca.
Que en un principio se forjase la leyenda difamante, tiene explicación. De alguna manera se había de hacer campaña contra el poder de la Península y de algún modo se había de engañar a la masa ignorante, que siempre se deja conducir como manada de corderos. Pero que hoy se insista en ladrar a la luna, por fuerza nos ha de hacer reír. Sin embargo, también tiene su explicación. Se ha iniciado un movimiento tan general, en la América Hispana, de reivindicación de nuestra Historia; es tan grande el impulso de simpatía que los americanos sienten por su madre común, que no deja de ser un peligro, para las ambiciones de determinados pueblos, esa unión espiritual que, a la sombra de nuestra bandera, apiña a toda la raza.
La campaña de leyendas y calumnias contra España, de la gente inculta, se explica por su propio atraso. Pero la de aquellos que tienen sobrados motivos para saber lo contrario, solo puede tener su fundamento en el oro del Norte.
Entre estos últimos desgraciados se encuentra el gran poeta del Perú, Santos Chocano, a quien la España inquisitorial y despótica ha salvado recientemente de ser pasado por las armas en Guatemala, donde había tomado parte en una revolución. Y Santos Chocano ha correspondido a las generosas gestiones del Rey y de los intelectuales españoles, con unos versos, escritos desde Nueva York, que son un libelo de la peor especie, un conjunto de infamias y calumnias.
La intelectualidad española se ha encogido de hombros. ¿Cómo ocuparse de semejante salida de tono? Pero un poeta chileno, Víctor Domingo Silva, le ha contestado en debida forma con la siguiente:
"Respuesta:
Juglar de la estrofa, poeta de circo,
manchaste tu nombre con nuevo baldón.
Como Cam maldito, que rió de su padre,
tú, nieto de España, cien veces peor,
le cruzas la cara con frases que tienen
algo de serpiente y algo de escorpión.
Risas que se alargan retorcidamente
como el espinazo de un adulador;
versos de mentira, ripios de lisonja,
quejas de atorrante, gritos de matón;
hambres de plebeyo que luce entorchados
y ve que lo ilustra la Puerta del Sol;
poemas que insultan la prez de la lira,
dramas que son mengua del teatro español.
Judas de Levita, Bertoldo sin maña.
¿no sabes qué suerte le espera al traidor,
ni lo que mereces, sicambro de pega,
que ayer adoraste lo que quemas hoy?
¿Es culpa de España que, hipócrita y vano,
vayas como un ebrio de error en error
y que prostituyas tu nombre y tu musa
con injurias dichas desde Nueva York?
¡No es culpa del lago si el sapo empozoña.
ni culpa del bosque si roba el halcón!
Pisaste temblando la casa de un Austria,
besaste de hinojos los pies de un Borbón;
y hoy, vuelta la espalda, tú, republicano,
tú, injerto de indígena y conquistador,
al negar tu sangre te niegas tu mismo,
escupes al cielo, maldices de Dios.
A España le debes el Greco y Velázquez,
Pelayo y Cervantes, Lope y Calderón,
Iñigo y Teresa, Cortés y Pizarro,
Alonso de Ercilla y el Cid Campeador.
El nombre que llevas tiene algo de España;
la lengua que infamas, también te la dio.
La raza no muere. Le prestan su aliento
la Europa en racimo, la América en flor;
le basta una gota de sangre, le basta
un grano de tierra y una chispa de sol.
Juglar de la estrofa, poeta de circo:
ante los estragos de tu último error,
siento que no pueda dolerte siquiera
¡porque ni siquiera tienes corazón!"
¿Cómo habíamos de contestar nosotros mejor que el simpático chileno Domingo Silva?
No queremos corresponder en forma airada a la ingratitud de Santos Chocano. Si él nos arrojó una piedra, nosotros le arrojaremos un capullo. Nos duele mirar en Santos Chocano solo al traidorzuelo. En él queremos ver siempre al sublime artista de volcánica fantasía que, en su "Salmo en las cumbres", canta estrofas como esta:
"...Esos que sin llorar e indiferentes
sonríen del dolor que les arredra,
podrían ahí ver que hasta la piedra
sabe también llorar ¡llora torrentes!"
O como esta otra:
"Y hasta ahí, por las cúspides bifrontes,
con pie de acero y corazón de brasa,
irá el tren de lejanos horizontes,
que superpuestos túneles traspasa
cual una aguja que cosiera montes."
¿Se quejará todavía de la España inquisitorial y despótica?
"España y yo somos así, señora"
José Mª Capsir Valencia, 30 demayo de 1922
Publicado en Revista de Gandia en 3 de junio del mismo año.
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